Una curiosidad literaria con más de medio siglo de añejamiento: los sonetos estrambóticos de Ricardo Nervi

Corría el año 1958 cuando el pampeano nacido en la localidad de Castex en 1921, Ricardo Nervi, se instaló en Buenos Aires. La fecha no es inocente para contextualizar estos Sonetangos estrambóticos que el Fondo Editorial Cooperativo-Voces puso finalmente al alcance de los lectores sobre el cierre del año que pasó.

Sucede que hacia finales de aquella década y a lo largo de la siguiente los jóvenes creadores empezaron a empujar al tango fuera de su hábitat natural para engalanarlo con un tipo diferente de consagración que la que hasta entonces había ido cosechando. Ese filo de la cultura alta que hizo que Aníbal Troilo empezara a ser invitado para amenizar las presentaciones de las revistas culturales de la generación intelectual que se consolidaba; que Juan Gelman, entre otros poetas, en la senda de Raúl González Tuñón, remozara la poesía vernácula con situaciones, personajes típicos y la lengua de la milonga; que Homero Manzi merodeara las antologías universitarias sin tener que empujar mucho y el lunfardo fuera observado a partir de entonces por los lingüistas como posible “objeto de estudio”; que Astor Piazolla y Eduardo Rovira ocuparan en las discotecas particulares un lugar junto a Igor Stravinsky y Miles Davis. De hecho, los grabados de Ricardo Carpani que acompañan la edición de Voces también comenzaron a hacerse conocidos en aquel entonces: también los debates estéticos de una nueva generación de plásticos sacudían museos, galerías y revistas.



El breve texto introductorio, bautizado adecuadamente “Zaguán”, que firma el propio Nervi para presentar sus Sonetangos estrambóticos, cuenta que una mañana de fines de los cincuenta la Asociación Argentina de la Lectura decidió que “el lunfardo tenía que entrar en la escuela” y entonces él, entusiasmado, de inmediato convocó a cuatro conocidos de la Academia Porteña del Lunfardo (Gobello, Barcia, De Lara, Maccaggi) para armar una mesa redonda en el Instituto Bernasconi, en Parque de los Patricios, donde Nervi trabajaba como docente. La iniciativa y su rápida y exitosa consumación hubieran sido imposibles en el sistema escolar argentino una década antes. Fuertes aunque recién nacidos vientos azotaban la cultura criolla y Nervi, más allá de su pasión personal por el tango, les dio acogida también en sus poemas; un fenómeno que quizás, desde la perspectiva actual, no se perciba con igual intensidad.

El neologismo “sonetango”, además de cierto regusto ingenioso y humorístico, supone el choque de términos que corresponden a dos universos alguna vez bien diferenciados. Primero, la cultura “alta”; después, el gusto popular. Se puede suponer que la “malformación” resultante busca, por un lado, definir al tango como arte, reivindicar la cultura popular elevándola de su lugar habitual en los bailongos, los programas radiofónicos y las grabaciones musicales más escuchadas por el común. Por el otro, busca acercar la forma más excelsa de la poesía “culta” (el “divino soneto”, según alguna vez lo llamó el modernista Rubén Darío) a los lectores más humildes. La mixtura quizás se aliviana cuando se piensa que la figuración modernista alimentó desde el incio los versos y la mitología del tango.

“Sonetangos”, de cualquier modo, puede entenderse en más de un sentido.

En su clásico, y quizás mejor libro de poemas, Rastro de sal (1979), Nervi incluyó una serie de sonetos, destacados en bastardilla, que servían como una suerte de “separadores” o “presentaciones” de las diversas, extensas y libres poesías que seguían a continuación. Así aparecen “El otro”, “El páramo” (soneto en amarillo), “De la pampa y el mar”, “Cristo hachador” (soneto en rojo),  “El naúfrago”, “El eco” (soneto en verde), “Sitio del viento” (soneto en gris) y el final “El árbol solo”. Se trataba en este caso de sonetos de estructura bien clásica, la cincelada por Francesco Petrarca y Garcilaso de la Vega y cultivada en su descendencia moderna por Charles Baudelaire y el ya mencionado Darío, es decir, dos cuartetos a los que siguen dos tercetos que, trabados por un esquema de rimas muy marcado, ofrece una estructura perfecta y cerrada. En el caso de sus “sonetangos”, Nervi vuelve a visitar el esquema del soneto, pero esta vez a los cuartetos le siguen tres tercetos, como si lo que se buscara es hacer saltar la clausura y, de paso, guiñarle el ojo al lector indicándole que el adjetivo “estrambóticos” no se refiere exclusivamente al contenido plebeyo y la lengua arrabalera.

Vale la pena agregar, además, que la calificación “estrambóticos” juega, por un lado, con la tradición clásica. El adjetivo elegido por Nervi deriva del estrambote; uno o varios versos que se suman sobre el final de una forma poética de estructura fija, como el soneto. El soneto con estrambote más famoso, y aquel que todos los manuales brindan como mejor ejemplo, es “Al túmulo del rey Felipe II de España en Sevilla”, cuyo autor fue Miguel de Cervantes; a los catorce versos de que consta el soneto se añaden tres más, que constituyen el estrambote, dedicado a un monumento a Felipe II que se erigió esa ciudad española.

Pero, por otro lado, parece mentar en su deformado eco humorístico una tradición propia de las vanguardias históricas rioplatenses, con referentes como el Nicolás Olivari de La musa de la mala pata y El gato escaldado.

Cuando se llega al final del volumen aparecen una serie de “Notas” que, según se indica, en su mayor parte compilan una transcripción literal de los comentarios que el propio autor realizó durante el recital que brindó en 1995 en la Fundación Colegio Médico de Santa Rosa, cuando los sonetangos se acercaban a su cumpleaños cincuenta rondando su cabeza y sus cuadernos, además de las reuniones de amigos y uno que otro evento. Allí se cuenta que uno de los sonetos está inspirado en el tango “Chamuyando”, otro reproduce la escena real de un militar retirado y viudo que toca el piano con gran fineza; éste tuvo la suerte de que Edmundo Rivero le pusiera música, aquél se deja llevar por el hechizo de Enrique Santos Discépolo.

La anotación correspondiente a “Esa sonrisa” comienza casi con un chiste político como para se ponga el sayo quien le corresponda: “Cada día canta mejor, hay otros que cada día cantan peor, ¿no es cierto? Llegan a gobernadores y todas esas cosas…”, apuntó Nervi. La de “Nocau en Vieytes” enfatiza el amor de Nervi por el cantor de tangos apodado Charlo, y agrega como anécdota que tal era la versatilidad de su voz que en una ocasión el mismísimo Carlos Gardel le dijo: “Che, pará, pará, que me estoy pareciendo a Charlo”. En fin, lo que transmiten las notas es esa atmósfera de cercanía e intercambio entre el artista y su público, el juego del humor, la referencia, la ironía, el rumor y la anécdota que sellan la relación entre uno y otro con la cuerda de la expresividad.

Dan ganas de haber estado allí, al costado del escenario… Ya no es posible, claro; pero al menos la “puesta en libro” de los Sonetangos estrambóticos permite imaginarlo.

(Una versión de este texto se publicó el domingo 21 de abril de 2013 en las páginas 2 y 3 del suplemento “Caldenia” del diario La Arena.)

Posdata

Uno de los sonetangos en el que Nervi concreta la mejor conjunción de palabras, rima y ritmo -que el autor enfatizó con la decisión testamentaria de prohibir que algún corrector o editor demasiado “normativista” le pusiera las comas- se llama “Danzarín”. Según las notas del propio Nervi, su origen es el pedido que le realizara un amigo para homenajear a Susana Rinaldi durante una de sus presentaciones en el barrio de Boedo, mítico barrio tanguero de la ciudad de Buenos Aires. Para cumplir con el pedido Nervi tomó la clásica pieza del mismo nombre que compuso Julián Plaza, a quien está dedicado.

Danzarín

Domingo tango mina y cafetín
tan gozoso te ves estás tan tango
que se te hace alfombra de piringundín
en tu fandango tango tanto fango.

Y es tu gotán tan tango el batintín
que marca tu compás y exhibe el rango
de un diabólico y rante danzarín
con sus sentadas de rufián guarango.

Taco y repiqueteo el retintín
del paso atrás el salto de arlequín
donde tanguea a veces el can-can

y el tan-gotán es ocho firulete
el filoso facón que le hace un siete
al pantalón bombilla de un bacán.

Tuyo es mi berretín en este día
de porteña ilusión gotán gomía
con disfraz dominguero de Satán.


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